Rebeca Lucero Murillos Pérez
@linea_th
Esta historia que te contaré estoy segura despertará tu creatividad imaginaria para que puedas transportarte allá, donde quiero llevarte a través de estas líneas.
Hoy quiero que conozcas la aventura que viven todos los días mis tres pequeños amigos: Cris, Damaris y Jaz, tres hermanos que comparten todos los días la gran aventura de ir a la escuela.
Cuando el camino no es sencillo como quizás lo sea el tuyo puede tratarse de una aventura. Todas las mañanas estos tres pequeños tienen que atravesar un denso monte que separa su hogar de la escuela.
Su casa se encuentra en lo alto de un monte que tiene una vista excepcional. Esa pequeña vivienda se encuentra a lado de la carretera que va de Rancho Cabras hasta Vicente Guerrero.
Cada mañana, así llueva, truene o relampaguee, ellos se preparan desde muy temprano para emprender su camino hacia la escuela, su mamá sale un poco antes, cuando la mañana aún no es arropada por el Sol, así que su abuela Tomasa se encarga de prepararles su café calientito acompañado de pan o galletas de animalito como a ellos les gusta.
Son las 8 de la mañana y la aventura tiene que iniciar, pues a la escuela ellos tienen que llegar.
La abuela baja a encaminarlos a la orilla de la carretera para observar que agarren el camino del monte que, a pesar de ser más tardado, es también más seguro que caminar para por la carretera.
Ellos cruzan ese gran monte con sus mochilas cargadas de libros y el entusiasmo de un nuevo día. El monte esta lleno de veredas, árboles grandes de ocote y plantas que ellos muy bien conocen, y aunque parece que la ruta es desafiante, la compañía hace que el camino sea muy ameno.
De complexión delgada, de mejillas chapeadas por el frío y el Sol, de ojos ocursos llenos de curiosidad que siempre brillan con una luz muy propia. Los zapatos negros, uniforme y una sudadera de más que no puede faltar para soportar el clima frío, convierten su gran camino en una aventura.
Se le puede observar a Cris, quien casi no platica durante el camino, pues él dirige a sus hermanas con gran concentración.
Atrás, con paso veloz siempre va Damaris quien tiene un carácter liviano y alegre, lleva puesta la falda escolar que se balancea al compás de sus pasos, su cabello es largo y siempre va trenzado de una forma no muy arreglada, ya que a la señora Tomasa se le dificulta quitarle el frizz que todas las mañanas aparece entre sus cabellos. Sus ojos son grandes y radiantes, ella sonríe con frecuencia revelando una hielera de dientes blancos y su risa que resuena entre los árboles, haciendo eco en el tranquilo monte.
Ya por último, atrás de ellos va Jaz, la más pequeña de los tres, quien se mueve con gracia a cada paso que da.
Lleva su cabello oscuro recogido en dos trenzas que caen sobre sus hombros y aunque algunos mechones escapan dando un toque desarreglado, siempre luce encantadora. De mirada curiosa, mejillas ligeramente sonrojadas por el esfuerzo de la caminata resaltan siempre en su piel suave y morena.
Jaz siempre se queda atrás, ella no se preocupa pues le interesa más juntar las suficientes flores que en el camino vea para llevarle a su maestra.
Son las 8:55 de la mañana y ya a lo lejos del monte, cerca de la escuela, se les pude observar entre los arbustos acercarse con paso veloz para la entrada a la escuela.
Sin contar con un reloj y ningún dispositivo electrónico ellos siempre llegan a esa hora como calculando el tiempo en sus pequeños pies.
Así es como inician las clases hasta llegada la hora más esperada de los niños a esa edad, el recreo donde Cris saca desde el interior de su mochila un traste mediano que contiene ocho tacos de frijoles preparados por la abuelita Tomasa, quien desde muy temprano se los pone al igual que una botella de café caliente, y para ese tiempo ya está fría. Pero aun así es importante mencionar que disfrutan mucho su desayuno y tratan de terminárselo velozmente para tener tiempo de jugar con sus compañeros.
Son las 2:00 de la tarde cuando la maestra anuncia el fin de otro día de clases. Cris, Damaris y Jaz toman sus mochilas y salen ansiosos por comenzar su viaje de regreso a casa. Pero para llegar a su hogar deben atravesar nuevamente el gran monte.
El sendero hacia el monte es bien conocido por los niños, la luz del atardecer se filtra de las hojas, creando un juego de sombras.
Hay días que Cris, aunque es un poco más reservado, les propone pasar por unos bolis y frituras que venden en una tienda antes de llegar a su casa, esto emociona mucho a sus hermanas y meten velocidad en sus pasos.
Finalmente, muy cerca de las 3:00 de la tarde los niños empiezan a subir aquel pequeño monte, allá donde su abuela los observa a lo lejos muy contenta.
Como todas unas liebrecillas, rompen la formación y empiezan a jugar carreras para ver quien toca primero a la abuela. Tomasa cuya vida es el reflejo de la naturaleza que la rodea, pues la serenidad del monte y el aroma fresco de su pequeño invernadero, hacen que ella y sus nietos sean muy felices.
Durante el día ella y sus nietos pastorean también a sus borregos y es ahí cuando Tomasa aprovecha para juntar leña del monte que ocupa para el café de todas las mañanas y recaudar para los días de lluvia y frío.
Al final del día, la abuela Tomasa y sus nietos esperan ansiosamente a la señora Magdalena, madre de Cris, Damaris y Jazmín; ella es la hija de Tomasa, quien con una mezcla de cansancio llega a tiempo para cenar juntos en familia.
En lo alto del monte, donde la naturaleza se despliega en su máximo esplendor viven mis pequeños amigos cuya historia parece casual, pero es un real testimonio de la verdadera esencia de la felicidad. Alejada del bullicio de la ciudad y carentes de muchos de los recursos que otros consideran indispensables, estos niños encuentran en su hogar, compartido con su abuela y su madre, un refugio de amor y alegría.
Esta historia está basada en hechos reales y en la cual te invito a considerar nuestras propias vidas y las cosas que realmente importan. En un mundo donde a menudo buscamos la felicidad en lo superficial y transitorio, la vida de estos niños propone pensar que la verdadera riqueza reside en los vínculos humanos y en la capacidad de encontrar alegría en las cosas más simples.
Así, la cima del monte no es solo un punto geográfico, sino un símbolo de una vida plena y auténtica, donde el amor, la gratitud y la resiliencia son las verdaderas fuentes de la felicidad.
Este artículo es colaboración del Centro Universitario Tehuacán para el proyecto "El periodismo va a la escuela". La investigación de campo es exclusiva de los alumnos y de Primera Línea.