Eduardo Vázquez Reyes
Quizás el lector crítico y versado en diferentes temas, como el que día tras día tiene a bien leer esté medio de comunicación, esté familiarizado con el nombre de Thales de Mileto. Sí, nos lo enseñaron en esas clases de filosofía en el bachillerato. Y algunos de nosotros tenemos el gusto y placer de hablar de él en esa materia gracias a la labor docente. Tal vez, se ha mencionado que es el padre de esta área del conocimiento. Y dicha afirmación no está lejos de la verdad, pero vale la pena enfatizar su importancia dentro de la cultura.
Thales es el encargado— dentro de nuestra historia occidental—de introducir el pensamiento racional, como lo ha afirmado en algún momento el jurista Rolando Tamayo. Es decir, esa manera de reflexionar sobre el mundo físico, social, cultural, económico y político que nos rodea. Claro está que él lo enfoca hacia la explicación del cosmos, hacia el orden universal. De ahí que los estudiosos lo hayan catalogado como filósofo de la naturaleza.
¡Pues muy bien! Con la llegada de este personaje al panorama intelectual queda atrás la explicación basada en mitos, creencias , deidades , prejuicios y supuestos , entre otras tantas cosas que causan ternura y que se encuentran muy fuera de nuestro alcance de razonamiento, pero no del poder de la imaginación, esa que es capaz de las cosas más bellas , sublimes y solemnes, pero también de las más cruentas, como la creencia en deidades salvadoras de este mundo o la constructora de fanatismos políticos que dan todo por mesías que acabarán con la corrupción.
Así es, tal y como lo está pensando ese lector o lectora crítica, con Thales inicia la filosofía, disciplina que— como dicen los españoles—se la está cargando la política mexicana de la transformación y que está por salir de nuestros programas de estudio en educación media superior. ¡Yo sé, yo sé! Dirá un defensor de la actual gestión educativa que la filosofía no desaparece, sino que está inmersa en varias materias y no solo en una. Yo dudo, después de revisar las progresiones, que en efecto sea así. Pero estoy, como siempre lo digo en Palestra y Parley, abierto a la discrepancia y al intercambio de argumentos.
Filosofía, la misma que ha permitido gran parte del edificio científico, tecnológico, jurídico y político de las diferentes épocas en la historia de la humanidad, tal y como la conocemos hoy ya no es una necesidad educativa para los tomadores de decisiones. No digo que para todos, pero sí para muchos. Quizás—me temo— para la mayoría. Promover el pensamiento racional que nos heredó Thales de Mileto sufre un golpe. Pero revisando la historia de la misma, ¡cuántos de esos no ha sufrido durante años y sigue avante! Mientras existan amantes del pensamiento crítico y libre y una sociedad que busque y demande mejores condiciones culturales y sociales para la formación de una vida intelectual habrá filosofía.
¿Habrá pensamiento filosófico de sobra? Sí. Habrá, no tengo la menor duda, un pensamiento racional si desde nuestra trinchera lo promovemos, lo socializamos y lo divulgamos y, si obviamente, lo defendemos. No con tiranías, no con dogmas, sino con respeto, empatía, pero sobre todo con libertad de cátedra, de pensamiento y de expresión, las cuales solo se puede dar si existen las condiciones sociales fundamentales para hacerlo, y son las universidades , las instituciones educativas y los medios de comunicación las principales instancias para lograrlo. Permear a la sociedad — en específico a las nuevas generaciones — de esta actitud es una gran responsabilidad. Y no, no lo harán instituciones educativas privadas que basan sus fundamentos axiológicos en seres divinos y que ven como fundamental que sus miembros tomen misa y se den golpes de pecho cada viernes.
Querido, querida lectora, el pensamiento racional es uno de los bienes más preciados que como agentes sociales podemos tener. Me permitirán traer a cuento a uno de mis autores favoritos en lógica y filosofía política, Bretrand Russell, quien nos legó estás bellas y eufóricas letras:
“Los hombres temen al pensamiento más que a cualquier otra cosa en el mundo: más que a la ruina, inclusive más que a la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible; es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas; es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, indiferente a la sabiduría de siglos pasados. El pensamiento mira al fondo del abismo del infierno y no se asusta. El pensamiento es grande, veloz y libre, la luz del mundo y la mayor gloria del hombre”.
Llevemos siempre por bandera palabras parecidas, contra todo y a pesar de todo, como el cronopio de Cortázar. Y el camino de las palabras y de las letras es el fundamental para hacerlo, para no errar o caer inertes en el intento. O de nuevo, como dice el buen Russell: “ Así arguyen los enemigos del pensamiento en las profundidades inconscientes de sus almas. Y así actúan en las iglesias, escuelas y universidades.”
Y aquí viene la parte más romántica de esta innecesaria columna: ¡viva la filosofía, viva el pensamiento racional y su divulgación! ¡Por las barbas de Platón!
¡Leven anclas !
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