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La escasa medición de este fenómeno supone, en primer lugar, un desconocimiento generalizado sobre las repercusiones físicas, neurológicas y hasta psicológicas en quienes lo padecen, no sólo en el ámbito individual, sino también en la dimensión de la salud pública.
Aunque la contaminación auditiva parezca algo normal, no lo es, insiste el especialista. Por ello, ante la poca observancia sobre esta situación, la concientización sobre las repercusiones de salubridad es clave para contener su impacto en el bienestar social. En la ciudad de Puebla, además de la gente y el tráfico vehicular, las aeronaves, la industria de la construcción, los bares y centros de entretenimiento, así como sonideros y animales, son algunos de los ruidos más presentes en la cotidianidad.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el contaminante acústico es el segundo responsable de provocar trastornos relacionados al medio ambiente, esto tan solo después de la polución del aire. A nivel federal, la Norma Oficial Mexicana NOM-011 establece que, en un periodo máximo de ocho horas, la exposición máxima a la estridencia es de 90 decibeles (dB), pues pasado este parámetro los peligros se acrecientan.
Aunado a lo anterior, el Congreso de Puebla aprobó en junio pasado la Ley de Atención y Prevención de la Contaminación Visual y Auditiva, que fue propuesta por el gobernador Miguel Barbosa Huerta. Dicho estatuto establece que las sanciones económicas contra quienes sobrepasen los límites sonoros fijados por la autoridad federal irán de mil 924 pesos hasta un millón 924 mil pesos.
De acuerdo con Caballero Solano, el límite de la NOM-011 es inadecuado, pues la exposición considerada “extrema” tendría que ser de hasta 55 decibeles, por un periodo de hasta 120 minutos.
“Estar expuesto por más de dos horas continuas a un ruido que sobrepasa (...) la norma, estamos hablando de que esta persona va a poder incrementar hasta en un cinco por ciento su presión arterial (...) Podemos considerar que se está en riesgo de mantener una enfermedad crónica”, abunda el galeno.
Aunado a la hipertensión, los diagnósticos de arritmias suelen aparecer cuando se expone a altas concentraciones acústicas. Por si eso fuera poco, los trastornos relacionados a la mente no están exentos, pues muchas veces provocan irritabilidad en la gente.
“El sonido tiene otro efecto, que es el estrés, que tampoco percibimos cuando estamos expuestos a un ambiente ruidoso, las personas experimentan desasosiego, ansiedad y estrés y eso es otra consecuencia (...) También la depresión es (...) ocasionada [por] el ruido ambiental (...) La ciudadanía de a pie, desde luego no camina con protección en la calle”, señala.
Para ponerlo en retrospectiva, de acuerdo con la Secretaría de Salud federal, los diagnósticos de depresión en poblanos incrementaron 71 por ciento, de 2020 a 2022. Y aunque el especialista reconoció que no se puede determinar cuántos de ellos fueron causados por el exceso acústico, refirió que los datos son suficientes para atender una de las principales causas, que en este caso es el exceso de ruido.
Además de las condiciones cardiovasculares, se suman otras propias del funcionamiento auricular, como son la otoesclerosis, que genera dificultad para conducir el sonido a través del oído; así como la tinnitus, que provoca un zumbido el cual deriva en la pérdida momentánea de audición. En ambos casos, se trata de una respuesta al traumatismo que genera el ruido, por lo que una persona podría perder la capacidad de escuchar permanentemente.
Con información de El Sol de Puebla